Con la colaboración de Wolfgang Amadeus Mozart
Hoy: Sonata para violín y piano K301
Año 1910. Alekhine con 17 años.
En el verano, Alekhine por
primera vez participó en un torneo internacional. Fue en el “XVII Congreso de la Unión Alemana de
Ajedrez” que se celebraría en Hamburgo,
donde fue admitido junto a su compatriota Duz-Khotimirsky y después de que
Capablanca, Rubinstein y Janowski declinasen su participación.
Alekhine poco tiempo antes del
comienzo del evento tuvo un percance en su pierna derecha que fue sometida a un
férreo vendaje y tuvo que jugar por ello todo el torneo con los pies en alto
sobre una pequeña mesilla.
Participaron 17 ajedrecistas
entre los que se encontraban Yates, Tartakower, Salwe, Leonhardt, Tarrasch, el
mencionado Duz-Khotimirsky, Teichmann, Marshall, Spielmann, Nimzowitsch, Duras
y Schlechter.
Sólo con nombrarlos seguro que
produciría escalofríos para un “neófito” en este tipo de certámenes.
Pero no, para Alexander Alekhine,
que terminaría ubicado en el 7º lugar con la agradable “performance”: +5=7-4,
perdiendo con Schlechter, Duras, Forgacs y Tarrasch y ganando, eso sí, a los
últimos clasificados: Leonhardt, Tartakower, Speyer, John y Yates.
Sus celadas y finezas fueron
espléndidas como se apreció en sus partidas contra Teichmann, John y
Tartakower; pero Kotov seleccionó otros dos cotejos para “La Herencia”,
influenciado sin lugar a dudas, por el propio Alekhine, que comentó los mismos
en el primer libro (de dos) que contempla sus grandes partidas de ajedrez.
La primera elegida se disputaría
en la 3ª ronda, el 20 de Julio y fue la Speyer-Alekhine,
insertada por Kotov en su 2º tomo de
“La Herencia”, el que trata sobre “Las Leyes del juego de posición” y que fue
dividido en cuatro libros en la edición española. Y aparece en el 4º librito
dentro del Capítulo XII titulado “El
final de Torres” – Partida 180 – “La
posición activa de las piezas”.
Presten atención, por favor,
sobre todo los aficionados (incluidos los fuertes y también los candidatos a
maestro).
Kotov indica que “entre los maestros hay una regla no escrita
que consiste en juzgar la fuerza de tal o cual ajedrecista en cierta medida,
según sea su conocimiento en el dominio del juego del final de torres”.
Por tanto, apresúrense y dejen
todas sus labores ajedrecísticas (incluido el uso de Chessbase) y leánse primero que nada el libro
sobre los finales de torre de Smyslov y Lowenfish y cuando lo terminen,
continúen con todo lo que estaban haciendo hasta entonces (!?).
Insisto:
¡Aficionados de todos los países, uníos!.
Si no lo hacéis, seréis
auténticos ¡patzers! que es lo que
sóis (somos) “todos” en la actualidad…
En esta partida con Speyer,
Alekhine logra poner en red de mate al rey de las blancas debido a las pequeñas
acciones (pero activas) de todas sus fuerzas.
Nuestro ídolo aprovecha con
exactitud esta importante situación.
Fue una Defensa Francesa, con
mala ubicación de las piezas blancas, que provocando un esquema de enroques en
flancos opuestos, sólo facilitaron la tarea de las negras, que como bien dijo
Alekhine, dado el error estratégico de Speyer, él hubiera podido ganar con un “sencillo
ataque” en el inicio del medio juego.
De cualquier forma, la pequeña
imprecisión de Alekhine provocó que las blancas pudiesen cambiar damas y con
una marcha altiva de la infantería de Alekhine por el flanco de dama, se llegó
al “temático” final de torres, con las cuatro sobre el tablero, que no podían
ser cambiadas en su totalidad debido a que el final de peones hubiera quedado
irremisiblemente perdido para las blancas.
Así, sólo se cambió una pareja de
torres, pero después de la incursión en la séptima fila de la torre de
Alekhine, el resto de la partida ya sólo fue cuestión de técnica para el genial
ajedrecista ruso.
El otro enfrentamiento que señala
Kotov en “La Herencia” se disputaría en la 13ª ronda, el 2 de Agosto de 1910.
Fue la partida Alekhine-Yates, que se
publicó en el primer tomo (que aparece en alemán y no en castellano), en la
subsección: “Las combinaciones de
Alekhine”; resultando ser una
partida que contenía un “agudo” golpe táctico.
El cotejo se desarrolló bajo los
cánones de un Gambito de Dama, que ya el “sabio” Alekhine practicaba desde
entonces en uno de sus variantes predilectas “Dd1-c2” que incluso llegaría a
utilizar 17 años más tarde en su lucha por el campeonato del mundo ante José
Raúl Capablanca (!?).
La réplica de Yates fue muy mala
porque permitió el enroque largo de las blancas sin posibilidad alguna de
creación de contrajuego en aquel sector.
Alekhine, por el contrario, sí
que atacó el enroque negro en el flanco de rey y con “ocho movimientos de
antelación” (lo que muestra su fabuloso poder de cálculo) consiguió ver un
precioso golpe táctico final, que fue totalmente omitido por Yates, consistente
en una preciosa “entrega de torre” que hubiera hecho que su rival besara la lona, como en los mejores
combates de Muhammad Ali, ¡el más grande!.
Pasadas aquellas ocho jugadas, a
Yates le sucedió lo que también nos sucede a todos los aficionados cuando nos
damos cuenta que hemos fallado en el cálculo de una variante concreta y que se está
dando en nuestra partida ya casi hasta las últimas consecuencias...
No permitimos, a última hora
(cuando ya es tarde) ese golpe táctico
que nos aparece como de repente, como ¡un rayo caído del cielo! e intentamos
entonces “disimular” nuestro entuerto buscando un plan de defensa, que en
realidad, es poco menos que ¡desesperado!.
En este caso, Yates para
evitarlo, tuvo que entregar un peón, pero con ese material de más y mejor
posición, las blancas debían ganar un final, de nuevo con cuatro torres sobre
el tablero, pero en este caso con ciertas dificultades técnicas; que Alekhine
condujo con auténtica precisión, manteniendo su cabeza fría y sus manos calientes (otra vez, justo al contrario que
la mayoría de nosotros).
Alekhine primero forzó el cambio
de un par y luego en el momento oportuno, permitió la entrada en un final de
peones, en donde seguro que la mayoría de ajedrecistas de club hubiésemos
echado por tierra la consecución de la victoria, pues se necesitaba de buenas “finezas”
en las maniobras de rey para ganar el mismo, como lo hizo brillantemente
Alekhine.
Estimados lectores, embriagado (placenteramente) por estas
dos grandes producciones que reflejan el arte alekhiniano, paso ahora a
comentarles una pieza músical del gran Mozart con la esperanza de que os sirva
mientras os ponéis a estudiar
¡finales de torre!:
Wolfgang Amadeus Mozart:
Sonata para violín y piano en sol mayor, K301/293a
I.
Allegro con spirito = 7’ 54”
II.
Allegro = 5’ 13”
Durante muchos años se creyó que la
Sonata K301, escrita a principios de 1778, teniendo Mozart 22 años, era una
composición para instrumento de teclado con acompañamiento de flauta, pero una
carta de Wolfgang lo desmiente: “He compuesto, de vez en cuando, para cambiar,
algo distinto, por ejemplo unos duetti para piano y violín y una parte de la
Misa”. Uno de esos duetti era esta sonata compuesta en Mannheim, antes del 28
de febrero de 1778.
Músico liberado, obligado a buscar
encargos y obtener protecciones para poder vivir, Mozart ha franqueado sin
embargo una etapa importante en el camino de su independencia; a partir de
ahora, puede, cuando la presión interior se hace muy imperiosa, escribir las
obras que desea escribir y dedicarlas a una dama importante, para asegurarse su
protección, o para conseguir algún presente.
Estamos ante un periodo que corresponde a
la eclosión fulgurante de su amor por Aloysia Weber (1760-1839), soprano, hermana
de Constanza. Mozart se enamoró de ella en Manheim en 1777, en su fracasado
viaje hacia París. A la vuelta, “ella le rechazó” y Mozart se casaría con
Constanza cuatro años después, en Viena.
Así el 19 de Febrero de aquel año de 1778,
una semana antes de que terminase la sonata, al recibir la carta de Leopoldo,
su padre, que se opone a sus sueños, Mozart responde y ¡cae enfermo!.
Parece aquí particularmente riguroso el
sincronismo entre la vida y la obra, pues trabajando en un encargo de obras
para flauta, Wolfgang ve como sus borradores toman un camino muy distinto y se
encuentra empujado a un diálogo entre dos intrumentos. ¿Es por pura
coincidencia que esto suceda en el momento en que en él despierta el más
violento amor de su juventud, donde pone toda su alegría en este diálogo que
nace entre Aloysia y él?.
De este canto de amor que podría
expresarse en esta sonata K301 (y en tres más de la misma época) está excluida
la tragedia, pero no la discreción, el respeto unido al ardor, la incertidumbre
unida a la audacia…
(Si desea escuchar el concierto que sigue haga click encima):
(Continuará)
Angel Jiménez Arteaga
aarteaga61@gmail.com
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