Mientras Capablanca había derrotado a Vidmar en la 13ª ronda del Gran Torneo Internacional de Londres de 1922, Alekhine tenía entonces un rival de mucho cuidado en el hipermodernista Richard Reti, al que debía vencer también para seguir a sólo medio punto por detrás del reputado genio cubano.
Dejemos por un momento pensando al príncipe ruso su jugada en la mesa de al lado y interesémonos ahora en Emanuel Lasker (el tercer gran héroe de este serial) y en intentar comprender cuáles eran sus pensamientos en aquel tiempo.
Tras perder el título, su predecesor Wilhelm Steinitz tenía 58 años y anduvo de torneo en torneo intentando reconquistar sus viejos laureles y borrar así el estigma de su derrota. Pero Lasker, en 1922 y con 53 años, pensaba de una manera bien diferente y había rechazado todas las invitaciones para jugar de nuevo.
Se mantenía ocupado con sus trabajos matemáticos y filosóficos, en colaboración con su hermano Bertoldo, y así el que fuera campeón mundial de ajedrez por 27 años, estuvo inmerso en ese mundo de la investigación científica.
Pero en sus ratos libres, Lasker mostró un creciente interés en el bridge y pronto se convirtió en uno de los reputados maestros de aquel juego de cartas en su país. Entonces, lejos de contentarse con todo aquello, se dedicó también a conocer e incluso descubrir otros juegos de carta y de mesa (las damas, el lasca, el salta, el go, el baccarat...). Se entretuvo con todo, ¡menos con el ajedrez!.
Todos los críticos de entonces pensaron en Rubinstein como próximo retador, pero ya en Londres 1922 comenzó a flojear, como en Viena también de aquel año, o aún peor, en Karlsbad 1923 (donde tuvo que consolarse con el 12º puesto de un total de 18 participantes).
Alekhine, que como estamos viendo lo estaba haciendo muy bien en el torneo londinense, todavía estaba un poco verde para acometer tal hazaña (su oportunidad llegaría en 1927).
Y la realidad demostró que sólo el viejo Lasker, de mantener su nivel de antes de ceder casi voluntariamente, su título en La Habana ante Capablanca en 1921, podría todavía aspirar a ser candidato.
Pero Lasker no quería, pues había perdido toda motivación y de hecho fueron sólo los avatares del destino quienes le obligaron a retornar al mundo del juego-ciencia. Las secuelas económicas en tiempo de la posguerra lo habían financieramente debilitado.
Y mientras el torneo de Londres iba llegando a su fin, Martha, la esposa de Emanuel comenzó a recordarle a su marido la posibilidad de que retornase al mundo del ajedrez para poder... sobrevivir.
Y así fue, estimados lectores. La odisea del hipotético mundo feliz de Emanuel Lasker que había comenzado el 21 de Abril de 1921, el día siguiente de otorgarle el título de campeón del mundo a José Raúl Capablanca, se terminó el 2 de Julio de 1923, cuando Lasker comenzó un nuevo torneo internacional de ajedrez, el de Märich-Ostrau (Chequia). Allí el excampeón mundial demostró su escepticismo con la nueva Escuela Hipemoderna. El poderoso maestro alemán sabía que los principios del ajedrez eran inmutables y que aquella escuela revolucionaria no podía encerrarlos en frías reglas específicas (!?). Así, Lasker, en el terreno de las aperturas siguió fiel a sus criterios de desarrollo, centro y tiempo y jamás se planteó perderse por vericuetos artificiosos plagados de realidades efímeras (!?).
Para Lasker era mejor aprovechar las ventajas que le daba una buena posición y poder defenderse correctamente cuando las cosas se le complicaban. Luego conocía, ¡como nadie!, todo tipo de finales y ahí siempre preponderaba (!?). Su ajedrez era único, original e inimitable y en eso destacaba por encima de los demás. Las circunstancias lo obligaron a retomar su fuerza ajedrecística y en Märich-Ostrau (ante la mirada atenta y desconfiada de Capablanca, a lo lejos) el erudito maestro alemán volvió entonces por sus fueros. Quedó 1º destacado por encima de reputados ajedrecistas, que eran entre otros, Reti, Grünfeld, Tartakower, Euwe, Bogoljubow, Tarrasch, Spielmann y Rubinstein.
Queridos amigos, Caissa tenía claro entonces que le faltaban unos cuantos rivales como pretendientes a su majestuoso trono, símbolo de la auténtica fuerza ajedrecística mundial y venerado a lo largo de toda la historia:
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