miércoles, 16 de marzo de 2016

La “Herencia Ajedrecística de Alekhine” tal y como yo la veo (IV)


Con la colaboración de Wolfgang Amadeus Mozart
Hoy: Sonata para violín y piano K301

Año 1910. Alekhine con 17 años.

En el verano, Alekhine por primera vez participó en un torneo internacional. Fue en el “XVII Congreso de la Unión Alemana de Ajedrez” que se celebraría en Hamburgo, donde fue admitido junto a su compatriota Duz-Khotimirsky y después de que Capablanca, Rubinstein y Janowski declinasen su participación.

Alekhine poco tiempo antes del comienzo del evento tuvo un percance en su pierna derecha que fue sometida a un férreo vendaje y tuvo que jugar por ello todo el torneo con los pies en alto sobre una pequeña mesilla.

Participaron 17 ajedrecistas entre los que se encontraban Yates, Tartakower, Salwe, Leonhardt, Tarrasch, el mencionado Duz-Khotimirsky, Teichmann, Marshall, Spielmann, Nimzowitsch, Duras y Schlechter.

 Schlechter, vencedor del Torneo de Hamburgo 1910

Sólo con nombrarlos seguro que produciría escalofríos para un “neófito” en este tipo de certámenes.

Pero no, para Alexander Alekhine, que terminaría ubicado en el 7º lugar con la agradable “performance”: +5=7-4, perdiendo con Schlechter, Duras, Forgacs y Tarrasch y ganando, eso sí, a los últimos clasificados: Leonhardt, Tartakower, Speyer, John y Yates.

Sus celadas y finezas fueron espléndidas como se apreció en sus partidas contra Teichmann, John y Tartakower; pero Kotov seleccionó otros dos cotejos para “La Herencia”, influenciado sin lugar a dudas, por el propio Alekhine, que comentó los mismos en el primer libro (de dos) que contempla sus grandes partidas de ajedrez.

Compañeros de este viaje

La primera elegida se disputaría en la 3ª ronda, el 20 de Julio y fue la Speyer-Alekhine,  insertada por Kotov en su 2º tomo de “La Herencia”, el que trata sobre “Las Leyes del juego de posición” y que fue dividido en cuatro libros en la edición española. Y aparece en el 4º librito dentro del Capítulo XII titulado “El final de Torres” – Partida 180 – “La posición activa de las piezas”.

El Maestro de maestros del periodismo ajedrecístico internacional, 
Leontxo García, explicando un final de torres

Presten atención, por favor, sobre todo los aficionados (incluidos los fuertes y también los candidatos a maestro).

Kotov indica que “entre los maestros hay una regla no escrita que consiste en juzgar la fuerza de tal o cual ajedrecista en cierta medida, según sea su conocimiento en el dominio del juego del final de torres”.

Por tanto, apresúrense y dejen todas sus labores ajedrecísticas (incluido el uso de  Chessbase) y leánse primero que nada el libro sobre los finales de torre de Smyslov y Lowenfish y cuando lo terminen, continúen con todo lo que estaban haciendo hasta entonces (!?).

Insisto:

¡Aficionados de todos los países, uníos!.

Si no lo hacéis, seréis auténticos ¡patzers! que es lo que sóis (somos) “todos” en la actualidad…

¡Mañana lo llevo al parque!

En esta partida con Speyer, Alekhine logra poner en red de mate al rey de las blancas debido a las pequeñas acciones (pero activas) de todas sus fuerzas.

Nuestro ídolo aprovecha con exactitud esta importante situación.

Fue una Defensa Francesa, con mala ubicación de las piezas blancas, que provocando un esquema de enroques en flancos opuestos, sólo facilitaron la tarea de las negras, que como bien dijo Alekhine, dado el error estratégico de Speyer, él hubiera podido ganar con un “sencillo ataque” en el inicio del medio juego.

De cualquier forma, la pequeña imprecisión de Alekhine provocó que las blancas pudiesen cambiar damas y con una marcha altiva de la infantería de Alekhine por el flanco de dama, se llegó al “temático” final de torres, con las cuatro sobre el tablero, que no podían ser cambiadas en su totalidad debido a que el final de peones hubiera quedado irremisiblemente perdido para las blancas.

Hamburgo en 1910

Así, sólo se cambió una pareja de torres, pero después de la incursión en la séptima fila de la torre de Alekhine, el resto de la partida ya sólo fue cuestión de técnica para el genial ajedrecista ruso.

El otro enfrentamiento que señala Kotov en “La Herencia” se disputaría en la 13ª ronda, el 2 de Agosto de 1910. Fue la partida Alekhine-Yates, que se publicó en el primer tomo (que aparece en alemán y no en castellano), en la subsección: “Las combinaciones de Alekhine”;  resultando ser una partida que contenía un “agudo” golpe táctico.

El cotejo se desarrolló bajo los cánones de un Gambito de Dama, que ya el “sabio” Alekhine practicaba desde entonces en uno de sus variantes predilectas “Dd1-c2” que incluso llegaría a utilizar 17 años más tarde en su lucha por el campeonato del mundo ante José Raúl Capablanca (!?).

La réplica de Yates fue muy mala porque permitió el enroque largo de las blancas sin posibilidad alguna de creación de contrajuego en aquel sector.

Frederick Yates en aquella época

Alekhine, por el contrario, sí que atacó el enroque negro en el flanco de rey y con “ocho movimientos de antelación” (lo que muestra su fabuloso poder de cálculo) consiguió ver un precioso golpe táctico final, que fue totalmente omitido por Yates, consistente en una preciosa “entrega de torre” que hubiera hecho que su rival besara la lona, como en los mejores combates de Muhammad Ali, ¡el más grande!. 

Pasadas aquellas ocho jugadas, a Yates le sucedió lo que también nos sucede a todos los aficionados cuando nos damos cuenta que hemos fallado en el cálculo de una variante concreta y que se está dando en nuestra partida ya casi hasta las últimas consecuencias...

No permitimos, a última hora (cuando ya es tarde) ese golpe táctico que nos aparece como de repente, como ¡un rayo caído del cielo! e intentamos entonces “disimular” nuestro entuerto buscando un plan de defensa, que en realidad, es poco menos que ¡desesperado!.

En este caso, Yates para evitarlo, tuvo que entregar un peón, pero con ese material de más y mejor posición, las blancas debían ganar un final, de nuevo con cuatro torres sobre el tablero, pero en este caso con ciertas dificultades técnicas; que Alekhine condujo con auténtica precisión, manteniendo su cabeza fría y sus manos calientes (otra vez, justo al contrario que la mayoría de nosotros).

Alekhine primero forzó el cambio de un par y luego en el momento oportuno, permitió la entrada en un final de peones, en donde seguro que la mayoría de ajedrecistas de club hubiésemos echado por tierra la consecución de la victoria, pues se necesitaba de buenas “finezas” en las maniobras de rey para ganar el mismo, como lo hizo brillantemente Alekhine.      

Alekhine en 1910

Estimados lectores, embriagado (placenteramente) por estas dos grandes producciones que reflejan el arte alekhiniano, paso ahora a comentarles una pieza músical del gran Mozart con la esperanza de que os sirva mientras os ponéis a estudiar ¡finales de torre!:    

Mozart y sus sonatas para violín y piano
              
Wolfgang Amadeus Mozart:

Sonata para violín y piano en sol mayor, K301/293a

I.                    Allegro con spirito = 7’ 54”
II.                  Allegro = 5’ 13”

Durante muchos años se creyó que la Sonata K301, escrita a principios de 1778, teniendo Mozart 22 años, era una composición para instrumento de teclado con acompañamiento de flauta, pero una carta de Wolfgang lo desmiente: “He compuesto, de vez en cuando, para cambiar, algo distinto, por ejemplo unos duetti para piano y violín y una parte de la Misa”. Uno de esos duetti era esta sonata compuesta en Mannheim, antes del 28 de febrero de 1778.
Músico liberado, obligado a buscar encargos y obtener protecciones para poder vivir, Mozart ha franqueado sin embargo una etapa importante en el camino de su independencia; a partir de ahora, puede, cuando la presión interior se hace muy imperiosa, escribir las obras que desea escribir y dedicarlas a una dama importante, para asegurarse su protección, o para conseguir algún presente.
Estamos ante un periodo que corresponde a la eclosión fulgurante de su amor por Aloysia Weber (1760-1839), soprano, hermana de Constanza. Mozart se enamoró de ella en Manheim en 1777, en su fracasado viaje hacia París. A la vuelta, “ella le rechazó” y Mozart se casaría con Constanza cuatro años después, en Viena. 
Así el 19 de Febrero de aquel año de 1778, una semana antes de que terminase la sonata, al recibir la carta de Leopoldo, su padre, que se opone a sus sueños, Mozart responde y ¡cae enfermo!.
Parece aquí particularmente riguroso el sincronismo entre la vida y la obra, pues trabajando en un encargo de obras para flauta, Wolfgang ve como sus borradores toman un camino muy distinto y se encuentra empujado a un diálogo entre dos intrumentos. ¿Es por pura coincidencia que esto suceda en el momento en que en él despierta el más violento amor de su juventud, donde pone toda su alegría en este diálogo que nace entre Aloysia y él?.
De este canto de amor que podría expresarse en esta sonata K301 (y en tres más de la misma época) está excluida la tragedia, pero no la discreción, el respeto unido al ardor, la incertidumbre unida a la audacia…  

(Si desea escuchar el concierto que sigue haga click encima):


(Continuará)

Angel Jiménez Arteaga
aarteaga61@gmail.com

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