Desde que Pillsbury se sintió enfermo (de muerte) nunca fue el mismo.
El maestro norteamericano no obstante intentó que le pusieran remedio a sus dolencias.
Y durante el Torneo de Nuremberg de 1896 visitó a un afamado doctor (muy conocido de Tarrasch) que le ofreció la posibilidad de curarlo!.
Fue tal la moral que cogió, que desde que supo que su vida volvía a tener sentido (luego en realidad aquello no cristalizó), Harry Nelson Pillsbury volvió a ofrecer aquel ajedrez que lo había llevado a la cima en Hastings 1895!.
Cuentan las crónicas que aquella grata noticia le llegó justo antes de su enfrentamiento con el campeón del mundo, Emanuel Lasker, aquel que había osado a plantarle cara en San Petersburgo 1895/96.
Kaspárov nos contó (y también vimos aquí) como una gran victoria de Lasker en aquel torneo sobre el propio Pillsbury, le había afectado a este último psicologicamente de por vida.
Fuera así, que también pudo ser, habría que decir en descarga de Pillsbury (si acaso su enfermedad no fue más que motivo suficiente) que aquella otra tarde de la novena ronda de Nuremberg 1896, se iba a producir una de las partidas más bonitas de la historia del ajedrez.
¡Todo un premio de belleza del torneo!.
¿Cuándo hemos visto jugar así, como lo hizo Pillsbury, a por ejemplo, el actual campeón del mundo Vishy Anand?.
El que les escribe, ¡nunca!, entre otras cosas porque las grandes partidas del mundo del ajedrez no se crean jugando a ritmo de blitz (permitido en las fases finales de los cotejos por una “inculta” F.I.D.E.), deteriorando con ello el verdadero arte ajedrecístico.
Vd., Sr. Ilyumzhínov, permitiendo estas reglas, está cometiendo todo un “pecado mortal” y algún día lo pagará.